Tras las huelllas del hombre negro y la mujer negra en la historia de Puerto Rico
martes, 6 de octubre de 2015
Lectura suplementaria Tanzania
http://cnnespanol.cnn.com/2015/06/25/mutilacion-genital-femenina-por-que-las-ninas-egipcias-le-temen-al-verano/#0Lectura suplementaria' Lee detalladamente la lectura. Próximamente se anunciará comprobación de lectura. 12-1, 12-2, 12-3
domingo, 30 de agosto de 2015
lunes, 18 de agosto de 2014
Frente al espejo de Adria Cruz
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Me contaron, porque no lo recuerdo, que cuando era chiquita mi bisabuelo, blanco, blanquísimo, gordo, calvo, llegó a mi casa con su nueva esposa, joven, dominicana, negra, negrísima, con una gran peluca. Y yo salí corriendo como una loquita y me escondí, llorando y gritando de miedo. Miedo a ella y a su negritud. Después de ese episodio no tengo ningún recuerdo relativo al color de la piel, hasta que un día, tendría yo nueve o diez años, un vecino de una tía mía me confrontó a golpe de ofensa con la realidad. El muchacho, un par de años mayor que yo, me respondió con un “yo no cojo na’ de negros” cuando le ofrecí entremeses en una fiesta familiar. No le dije nada a nadie, me quedé terriblemente pasmada y seguí mi noche con el taco en la garganta.
Al día siguiente me paré frente a un espejo. “Pero si yo no soy negra”, pensé. “Soy trigueñita”.
Me crié entre “blancos”, excepto por mi mamá, de cuyo color nunca me percaté porque era mi mamá y las mamás no tienen color. Soy hija de un hombre principalmente blanco y de una mujer principalmente negra. Lo de “principalmente” es porque ésa es la raza o el color dominante en cada uno, pero en ambos hay mezcla, como en la mayoría de los puertorriqueños. Tengo varios hermanos de distintos tonos y distintos pelos. Desde el jabao hasta el “indio”. Pero yo crecí simplemente como “trigueñita”, como la mayoría de los puertorriqueños.
Cuando llegué a la iupi, me declaré negra a secas, para consternación de mi abuela, que temblaba cada vez que yo le decía en broma que tenía un novio negro y bembón. Yo trataba de hacerle ver que su racismo era ofensivo para mí, porque yo también era negra, pero ella no lo entendía. Para mi abuela blanca, su nieta favorita no es negra. Es trigueñita, de pelo lacio y labios discretos.
Tras salir de esa cápsula maravillosa que es la universidad, en el mundo real me volví a topar con el eufemismo. “Tú no eres negra. Eres trigueña... morena... india... mezclaíta... mestiza”, me han dicho blancos y negros por igual. Ah, sí. Porque me he encontrado a más de un negro que me ha mirado de arriba a abajo con desdén cuando me he declarado su igual.
Así que yo, hija del mestizaje, desubicada racial, reclamo mi derecho a ser simplemente bráun.
En estos días en los que resurge el tema del racismo en el Gobierno, he escuchado muchas verdades y muchos disparates. Si bien es cierto que aquí el que no tiene dinga tiene mandinga, y que los puestos gubernamentales se deben ocupar por capacidad y preparación y no por raza o color, la realidad histórica es que en un país bráun, negro y blanco, en ese orden, ha habido muy poca representación negra en los puestos de poder, tanto electivos como designados. Y eso nos debe preocupar a todos.
No me parece justo acusar a este gobierno ni a ningún otro de racismo, a menos que hayamos visto acciones deliberadas para discriminar, lo cual no creo sea el caso. Más bien, deberíamos acusarnos a nosotros mismos, todos, de todos los colores, por nuestra incapacidad para aceptar nuestro mestizaje, nuestro concubinato racial, nuestra historia (la verdadera, no la blanqueada y adornada) y nuestra diversidad. Para mí, es mucho más trágica la escasez de negros en los puestos electivos porque ésos son los que elegimos nosotros directamente y que se supone que nos representan.
Mientras no nos miremos al espejo y sigamos huyéndole a la realidad como yo a mi bisabuelastra, nuestros representantes no serán más que un reflejo de nuestra propia negación.
domingo, 17 de agosto de 2014
Las niñas nunca ganan
LAS NIÑAS NUNCA GANAN: MATRIMONIO FORZADO
LA GUERRA SIEMPRE TRAE CONSIGO UNA ESTELA DE SUFRIMIENTO
Ante la creciente ola de violencia en Siria, las familias han decidido reubicarse en campamentos para refugiados en Jordania. En tiempos de guerra, la preocupación principal es siempre salvar la vida. Sin embargo, cuando uno de los miembros de la familia es una niña, se añade otra preocupación: la deshonra.
Dejando a un lado los esquemas sociales y los cánones culturales de las familias del Medio Oriente, el tener que huir de la casa, de la tierra, y del país de nacimiento y de crianza siempre es una situación traumática. La guerra siempre trae consigo una estela de sufrimiento que deja los mayores estragos en la población civil, en los indefensos, y en los niños y niñas que probablemente no entiendan el por qué ni el cómo de los conflictos bélicos.
La guerra se vive directa o indirectamente. Los medios de comunicación se encargan de que tengamos una buena dosis de realidad bélica todos los días. Sabemos que los habitantes de los países en guerra sufren porque vemos sangre. No estamos equivocados. Sin embargo, hay una gran parte de la población la cual sus gritos casi nunca se escuchan porque sus voces son muy débiles para ser escuchadas: las niñas.
Al llegar al campo de refugiados en Jordania, los padres (y cuando digo “padres,” no incluyo a las madres), con hijas mujeres se enfrentan al dilema de casarlas o vivir con la deshonra de una hija violada. Para “proteger” a sus hijas menores de edad, los padres optan por casarlas con hombres 10 o 20 años mayores que ellas. Suena ilógico y hasta tribal, pero es la realidad de las niñas sirias.
LOS PADRES FUERZAN A SUS HIJAS A CONTRAER MATRIMONIO
Varias agencias como UNICEF y Save the Children (Salva a los Niños) ya han alertado acerca de esta práctica cuyo porcentaje alcanzó un 25% en 2013. Muchos de los testimonios que recogen ambas agencias coinciden. Los padres fuerzan a sus hijas menores de edad a contraer matrimonio para protegerlas de los abusos sexuales y para aliviar la situación económica de la familia. Sin embargo, el casarse con un hombre mucho mayor representa para las niñas un riesgo a su salud física y emocional. El matrimonio significa abandonar la escuela. También implica tener relaciones sexuales, incluso cuando sus cuerpos no están lo suficientemente desarrollados para el acto sexual. Pero sobre todo, significa vivir un cuadro de supresión sistemático del que casi nunca hay escapatoria.
Son muy pocas las niñas que comunican su tristeza o depresión a su familia. Las madres conscientes de lo represivo e injusto del matrimonio forzado muchas veces se muerden la lengua. El cuadro de represión femenina tal vez no se herede, pero está sumamente arraigado a la sociedad siria y a muchas otras.
No nos engañemos; las prácticas machistas y de supresión hacia la mujer aún se llevan a cabo en muchos países. Algunas activistas y estudiosas aseguran que tienen origen en la cultura o simplemente en la idea (errónea) de que en las cuestiones de género, el físico masculino equivale a más poder, más inteligencia, y más derechos. Es decir, entre el hombre y la mujer, el primero es más fuerte. Fuerza equivale a poder. Por lo tanto, el hombre tiene el poder. En fin, una noción darwinista, arcaica, y misógina de la sociedad.
EL MATRIMONIO FORZADO PUEDE SONAR TAN MAL COMO EL RUIDO DE LOS MORTEROS Y LAS METRALLETAS
Me pregunto si los padres de las niñas sirias piensan más en dormir tranquilos por las noches o en el dolor que sienten sus hijas al saberse en manos de un extraño. Sin saberlo o sabiéndolo, al casar a sus hijas forzadamente, las empujan al cuadro de violencia del que querían protegerlas en un principio. Para las niñas sirias, el huir de una guerra equivale a estar atrapada en otra. Para muchas de nosotras, el matrimonio forzado puede sonar tan mal como el ruido de los morteros y las metralletas. Es un sonido que trae consigo la noción de tristeza y desolación. Es el sonido de la pérdida sistemática de los derechos humanos.
http://www.wideearthmedia.com/abogado/blog/las-ninas-nunc
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