A principios del s XVI, la mayor fuente de riqueza proveniente de las colonias españolas en América, no venía del oro ni la plata, sino de los cultivos de caña de azúcar. Estos cultivos, no muy complejos en cuanto a tecnología agraria, precisaban de terrenos extensos y vírgenes por una parte y de abundante mano obrera no necesariamente cualificada.
El español, bien fuera por orgullo o por pereza, no estaba al caso de trabajar en ello. Por otra parte los indígenas practicamente había sido exterminados. La solución vino de África y resultó ser la importación de esclavos negros. Y no podía ser de otro modo por motivos de peso en aquella época.
El español, bien fuera por orgullo o por pereza, no estaba al caso de trabajar en ello. Por otra parte los indígenas practicamente había sido exterminados. La solución vino de África y resultó ser la importación de esclavos negros. Y no podía ser de otro modo por motivos de peso en aquella época.
La corona castellana insistía en que el indio no podía ser esclavizado por tratarse jurídicamente de súbditos de la corona castellana.
La realidad es que esclavizar a los indigenas contradecia las Bulas papales alejandrianas, documento que otorgaba el monoplio de explotación-colonización de las nuevas tierras a Castilla. Pero el esclavizar a la población en lugar de adoctrinarla en la religión católica automáticamente haría que Castilla perdiera el citado monopolio. El indio por tanto, de acuerdo a la ley debía disfrutar de libertad personal. Aún así, como sabemos, el indígena fue empleado en actividades como la encomienda, que rozaba con la esclavitud, en la práctica, pero que legalmente no lo era.
El negro era “otro asunto”. El negro era súbdito de reyes independientes africanos. Los europeos visitaban Africa como comerciantes, no como soberanos y si los gobernentes africanos al guerrear entre si, hacían prisioneros y los esclavizaban e incluso comercializaban con ellos, no era responsabilidad de los europeos plantearse el derecho de libertad para aquellos esclavos. Lo que se exigía a las monarquias europeas, en especial la española, era que los esclavos procedieran de “guerras justas” entre los soberanos africanos, no que fueran producto de cacería para comercio (como en la práctica sucedió). Obviamente, en los puertos africanos, nadie se interesaba mucho por descubrir cuál era el motivo que había convertido en esclavos a aquellas personas.
En conclusión, la legalidad de su esclavitud descansaba en la independencia de los reyes indígenas africanos que suministraban esclavos: El soberano europeo no tenía la culpa de que aquellos negros fueran esclavos sencillamente porque ya lo eran antes de ser vendidos a los traficantes europeos.
Bajo esta sencilla justificación fue como, prácticamente sin discusión (a excepción de algunas dudas, pero poco persistentes procedentes de alguna orden religiosa), se mantuvo la esclavitud del negro como aceptable hasta el s. XVIII.
La realidad es que esclavizar a los indigenas contradecia las Bulas papales alejandrianas, documento que otorgaba el monoplio de explotación-colonización de las nuevas tierras a Castilla. Pero el esclavizar a la población en lugar de adoctrinarla en la religión católica automáticamente haría que Castilla perdiera el citado monopolio. El indio por tanto, de acuerdo a la ley debía disfrutar de libertad personal. Aún así, como sabemos, el indígena fue empleado en actividades como la encomienda, que rozaba con la esclavitud, en la práctica, pero que legalmente no lo era.
El negro era “otro asunto”. El negro era súbdito de reyes independientes africanos. Los europeos visitaban Africa como comerciantes, no como soberanos y si los gobernentes africanos al guerrear entre si, hacían prisioneros y los esclavizaban e incluso comercializaban con ellos, no era responsabilidad de los europeos plantearse el derecho de libertad para aquellos esclavos. Lo que se exigía a las monarquias europeas, en especial la española, era que los esclavos procedieran de “guerras justas” entre los soberanos africanos, no que fueran producto de cacería para comercio (como en la práctica sucedió). Obviamente, en los puertos africanos, nadie se interesaba mucho por descubrir cuál era el motivo que había convertido en esclavos a aquellas personas.
En conclusión, la legalidad de su esclavitud descansaba en la independencia de los reyes indígenas africanos que suministraban esclavos: El soberano europeo no tenía la culpa de que aquellos negros fueran esclavos sencillamente porque ya lo eran antes de ser vendidos a los traficantes europeos.
Bajo esta sencilla justificación fue como, prácticamente sin discusión (a excepción de algunas dudas, pero poco persistentes procedentes de alguna orden religiosa), se mantuvo la esclavitud del negro como aceptable hasta el s. XVIII.
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